Palabras Seminario “Volver a Mirar(nos): A 5 años de octubre de 2019”

Agradezco la invitación a participar en la apertura de este importante seminario, que nos convoca a una reflexión crítica y honesta sobre los acontecimientos que se iniciaron el 18 de octubre de 2019, y que -ya sea que les llamemos estallido o revuelta- son y serán parte de nuestra historia. No todos los y las participantes de ese tiempo han logrado volver a mirar: algunos porque les fueron arrebatados los ojos; otros porque prefieren pensar que lo que entonces ocurrió no tiene que ver con su vida o con el país y que es posible y mejor negarlo.

Por eso, la importancia de este seminario. Es una respuesta ética que enfrenta analítica, plural y políticamente esos hechos, que de alguna manera honra esos ojos que ya no ven la luz, pero que nos exigen justicia y que no ignora la urgencia de abordar los caminos para reducir las desigualdades de nuestra sociedad. Es preciso, entonces, reflexionar y preguntar, preguntarnos, dialogar y sobre todo escuchar para entender. El estallido es -por cierto- también inseparable de los procesos constituyentes que le siguieron y que mostraron nuestra incapacidad para concordar nuevas reglas de convivencia. Eso nos pesa y nos duele.

El Centro de Derechos Humanos de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile, que hoy nos convoca -junto con centros de la Pontificia Universidad Católica de Chile y la Universidad Alberto Hurtado- tuvo una activa participación en la observación de estos hechos, en su documentación y registro y, muy importantemente, en la gestión de mecanismos de protección de derechos de personas violentadas. Fue testigo activo y presencial, atendida incluso su ubicación, de los sucesos diarios acontecidos en el entorno de la Plaza que se llamó Dignidad.

Por los paneles de este seminario transitarán académicos y académicas, representantes de organismos internacionales, de instituciones públicas y de organizaciones no gubernamentales. En sus mesas se encontrarán investigadores, activistas y expertos que asumirán el desafío de examinar el pasado y pensar el futuro desde ese lugar que invocó la dignidad, el lugar que pudo ser encuentro (como lo fue para muchos) y que hoy también se señala como símbolo de división o como un invento o una pesadilla para olvidar o contradecir.

Las preguntas duras y complejas están ahí, y las universidades estamos para formularlas con más precisión y buscar responderlas, siempre -y especialmente en este caso- con otros y otras.

En el presente, la tierra se sigue moviendo, y mientras se debilitan los pilares de democracia, la ciudadanía no está contenta, no puede estarlo. El poder excesivo, y en casos ilegítimo de unos pocos, se devela con más nitidez, mientras la polarización y la desconfianza crecen.

Pero las universidades no estamos para desesperanzas, estamos para observar, pensar críticamente y - sobre todo - para construir y reconstruir, cuando sea necesario, el pensamiento y las capacidades. No se puede educar sin acompañar la búsqueda de sentido de manera responsable y ética. El estallido develó que las maneras de procesar los conflictos usadas hasta ese momento eran ineficaces y ese desafío sigue pendiente. Asimismo, ha quedado claro que aún tenemos graves deudas en el cumplimiento del respeto a los Derechos Humanos.

A 5 años de ese fenómeno es entonces necesario reflexionar sobre las distintas dimensiones del estallido, reflexión que ha sido demorada por la tragedia de la pandemia, con todos sus costos humanos y sociales, y por los procesos constitucionales que, aunque fallidos, involucraron un gran esfuerzo. Nosotros mismos invertimos gran energía y trabajo en la coordinación de procesos de participación ciudadana robustos y, desde distintas perspectivas, ejemplares.

Como nos señala ese proceso participativo, así como el reciente informe sobre Desarrollo Humano para Chile del PNUD, y como lo percibimos en nuestras familias, barrios y trabajos, las demandas de cambio permanecen en la sociedad, al mismo tiempo que se reconoce que nos cuesta cambiar y trabajar colectivamente por esos cambios. De hecho, el informe de Desarrollo Humano señala que un 68% de las personas declara estar poco o nada dispuesta a involucrarse en actividades que impliquen organizarse para lograr un objetivo común.

En las universidades también experimentamos efectos de esta reticencia a la asociatividad que observa el informe. Doble desafío para nosotros y nosotras al profundizar la educación para la democracia, como nos hemos planteado, y así contribuir a que las personas puedan y quieran actuar como agentes de cambio colectivo.

Comprendemos que nuestra responsabilidad no es solo pensar la sociedad, produciendo evidencia robusta sobre sus distintos problemas y abriendo espacios para el debate crítico, sino que también es educar para ese mejor país, en el entendido que el comportamiento de nuestras universidades debe ser ejemplo de los valores bajo los cuales declaramos querer educar.

Muchas gracias.

Rosa Devés Alessandri
Rectora de la Universidad de Chile

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